El expresidente de México, Felipe Calderón Hinojosa funge como maestro invitado en Harvard. Allá cuenta historias, no los 83 mil muertos que su “guerra contra el narcotráfico” causó en México. Acaba de publicar un artículo en Latin American Policy Journal. titulado: “Todos somos Juárez, una estrategia innovadora para enfrentar la violencia y el crimen” Calderón afirma que la estrategia que él puso en marcha tuvo tres componentes principales: envío del Ejército y la Policía Federal; apoyo a las autoridades locales y estatales en hacer cumplir la ley, y operación del programa “Todos Somos Juárez” para reconstituir el maltrecho tejido social de la ciudad fronteriza más maltratada estos años, que por 24 meses consecutivos fue la más violenta del mundo al llegar hasta 239 asesinatos por cada cien mil habitantes.
Calderón es el autor de la estrategia y también su propio narrador, es autor omnisciente, coherente entre lo que dice que pensó y luego hizo, que supo desde el principio todo lo que podía ocurrir y trazó un nítido curso de acción articulado, perfecto, que le salió tan bien que ahora en Juárez se ha reducido la violencia espectacularmente.
Sin embargo, quienes seguimos y sufrimos los procesos de violencia criminal y violencia de Estado en Juárez, quienes estuvimos ahí sin la protección del Estado Mayor Presidencial un kilómetro a la redonda, tenemos una visión de las cosas que contradice a la del catedrático invitado en Harvard.
Aceptando, sin conceder que la estrategia militar-social que Calderón narra en su artículo haya sido así, rigurosamente planeada y calculada desde el principio, las preguntas que brotan son: ¿por qué resultó tan costosa en vidas humanas? ¿Así fue previsto?
En efecto la parte policíaco-militar de esa estrategia tuvo resultados terribles para Ciudad Juárez: antes de implementarse, durante 2007, hubo 316 homicidios en esta frontera. En marzo de 2008 Calderón mandó a Juárez cinco mil elementos del Ejército y el número de homicidios se elevó a mil 607: en enero de 2009 el operativo se reforzó destacando a varios miles de Policías Federales, entonces el número de homicidios subió a dos mil 643. El once de febrero de 2010 Calderón inició el programa “Todos Somos Juárez” y la cuota sangrienta escaló a tres mil 117 homicidios en el año. En total entre 2008 y 2012 Juárez pagó una cuota que superó los diez mil asesinatos.
Calderón o se equivoca o pretende que nos equivoquemos: el Ejército y la Policía Federal en Juárez, no fueron parte de la solución como él pretende, sino parte del problema. No sólo vinieron a provocar que se unieran y se armaran para defenderse de ellos o aliarse con ellos a una multiplicidad de grupúsculos criminales, escalando los niveles de violencia; sino también perpetraron innumerables atropellos a los derechos humanos: desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias, tortura, como acaba de confirmar Human Rights Watch para todo el país. En septiembre de 2011 ya se habían presentado mil 92 denuncias tan sólo en Ciudad Juárez contra los elementos del Operativo Conjunto Chihuahua. El Ejército y PF le dieron sólo dos momentos de alegría a los juarenses: cuando llegaron y cuando se fueron.
El programa “Todos Somos Juárez” Calderón lo presenta en su pretencioso artículo como una respuesta fríamente diseñada luego de la masacre de Villas de Salvárcar, en enero de 2010. Sin embargo, la primera declaración del ex inquilino de Los Pinos al enterarse de la matanza de jóvenes, andando él de gira por Japón fue “es una guerra entre bandas”. No fue hasta que las madres de los muchachos masacrados y la insurgencia civil juarense se fueron a las calles que Calderón se hizo presente. Fueron las protestas y la valiente voz de Doña Luz María Dávila espetándole: “Usted no es bienvenido a Juárez”, lo que le arrancaron acciones desesperadas, mediáticas para responder a la indignación ciudadana. Que no haga de la necesidad de entonces, virtud de ahora.
El citado programa que significó una inversión-gasto de más de tres mil millones de pesos (Calderón dice en su artículo que 401 millones de dólares), ha sido muy cuestionado por las organizaciones sociales de Ciudad Juárez. Organizaciones de trabajo con niños, con adolescentes y con mujeres han señalado, por ejemplo, que “se gastó demasiado en cemento y muy poco en reconstruir el tejido social y fortalecer a las organizaciones comunitarias”. Buena parte de los recursos de ese programa eran los ya contemplados en los programas ordinarios anuales de las dependencias. Se planeó centralistamente y se gastó demasiado en idas y vueltas de funcionarios entre la capital y la frontera; llegó a muy poca gente, se beneficiaron grandes contratistas, y no hubo una atención y respuesta consistente a las víctimas.
Diez mil muertos después, Calderón, el gobierno de Peña Nieto y el propio de César Duarte celebran el abatimiento de la violencia en Juárez. En eso podrán tener algo de razón, pero lo que no se dice es que buena parte de esa reducción se debe a que uno de los cárteles prevaleció en la disputa por el territorio, a que salió de Juárez la Policía Federal, nido también de delincuentes y que la policía municipal dejó de perseguir sicarios para perseguir jóvenes y pobres.
El que el Gobierno Federal fue el bueno de la película y vino a salvar a los inermes juarenses, no es más que un cuento. No obedece a la realidad que certeramente señala Hugo Almada: la de un Estado fracturado a todos los niveles, infiltrado, cooptado o coludido en varios de sus niveles y órdenes por las distintas organizaciones criminales. No responde a los anhelos de justicia y cumplimiento de sus derechos que los juarenses siguen demandando.
Ni la estrategia realmente existente ni la que Calderón cuenta vinieron a responder a la demanda de paz con justicia de los juarenses; a las necesidades siquiera las más urgentes de tanta víctima de tanta violencia. No vinieron a romper la matriz de inatención y rezago histórico en materia social; a atender adecuadamente las adicciones y a prevenirlas. No vinieron a desterrar a quienes lucran con fraccionamientos y viviendas inhumanas ni con un transporte público inmundo. Ni mucho menos vinieron a combatir a los grandes beneficiarios del tráfico de drogas, del lavado de dinero y de la venta de armas. Las raíces de las violencias ahí siguen.
Este es el caso de Ciudad Juárez, en la frontera México-Estados Unidos, pero, por desgracia no es algo fuera de lo común en Latinoamérica. La enorme destrucción, desestructuración del tejido social, de identidades y de comunidades provocada por las políticas de ajuste neoliberales y el desafane del Estado, ha abierto amplios espacios a la acción de la delincuencia organizada, globalizada, controlada trasnacionalmente. De esto no habla Calderón.
Allá los de Harvard si le creen.
Por: Víctor M. Quintana S.
En: ALAI
Allá los de Harvard si le creen.
Por: Víctor M. Quintana S.
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