Por: Natalia Agudelo Sepúlveda
Egresada Universidad de Caldas
A
propósito de la legítima y justa causa de sus reclamos y,
lastimosamente, a propósito de las esquizofrénicas misivas de un
grupillo de profesores.
Las vías de hecho son las que más
parecen preocupar a todos aquellos que están, de una u otra manera, en
contra de la movilización actual de la Universidad
de Caldas. A esas vías de hecho las denuncian, las más de las veces, a
través de discursividades que enaltecen la deliberación, la racionalidad
y el derecho. Esta forma de analizar y criticar al movimiento
universitario, una forma que por cierto es recurrente y táctica en los
discursos políticos, lo que quiere es generar un imaginario mordaz de
oposiciones políticas: buenos/malos, amigos/enemigos,
racionales/irracionales.
El hecho de inculcar estas falsas
oposiciones en el imaginario colectivo implica ir desarrollando una idea
de pasividad en quienes están dubitativos al respecto del quehacer del
movimiento, es decir, tal idea de pasividad –que se relaciona
directamente con la idea de lo “pacífico”- es un recurso para minar
desde adentro, para romperlo, al movimiento universitario. En el
momento en el que la idea de pasividad y la idea de lo pacífico se
entremezclan a través de tales herramientas discursivas, se cambia la
realidad de los que miran el contexto universitario y empiezan a “ver”
violencia en cualquier manifestación no incluida dentro de la
“legalidad”. Ahora, vale la pena aclarar que un bloqueo, una marcha, o
cualquier otro recurso de movilización que apele a las vías de hecho que
hoy se emplean en la Universidad de Caldas (puesto que el derecho es
maestro de las vías burocráticas, lentas e inalcanzables) no son
violentas, no están en contra de la racionalidad ni en contra de la
deliberación ni en contra de los argumentos.
Las vías de hecho
hacen parte legítima de cualquier proceso colectivo que apela a una
transformación de relaciones de dominación o exclusión de cualquier
tipo. Las llamadas vías de hecho son, realmente, métodos y prácticas de
movilización no tradicional que tienen objetivos, funciones y fines
específicos, ninguno de los cuales tiene que ser necesariamente el no
uso de las vías de derecho. Existen –además- innumerables vías de hecho,
y muchísimas de ellas están del lado de la No-violencia. Y, más
importante aún, usarlas es legitimarlas, lo que parece urgente en un
país en el que los medios de comunicación de masas, el Estado y sus
ideólogos y analistas, recurren a opacar tales tipos de prácticas
colectivas.
Bloquear una Universidad a través de una práctica
colectiva no sugiere que está cerrada. El bloqueo es una redefinición
del espacio y de todo lo que con él puede hacerse. Se bloquea para
apropiársele de una manera no institucional. Por los mismos motivos se
toman las calles por asalto, para redefinirlas, para generar opinión
pública. Un bloqueo no es una parálisis, es la palabra puesta en el
espacio. Un bloqueo no es la oposición a una universidad abierta y
crítica, es su actualización.
A aquellos que enaltecen vagos
principios liberales para estar en contra de la movilización de la
comunidad académica actual, valdría la pena hablarles de los Jacobinos,
del incendio en La Bastilla y de las decapitaciones al enemigo. Qué
emocionante hablar de principios liberales cuando omiten el contexto en
el que nacieron. A aquellos que hablan de que “necesariamente” la
universidad es una comunidad jerarquizada, valdría la pena contarles de
todas las luchas que se han llevado a cabo para que ello no parezca una
cosa natural, hablarles del Manifiesto de Córdoba y de su incidencia en
las transformaciones educativas en nuestra Patria Grande.
De hecho
el debate parecería interesante: ¿es la Universidad una comunidad
jerarquizada? Y, mejor aún, ¿es una comunidad jerarquizada en la medida
en que “sus objetivos y sus funciones están determinadas por una
nación”? Yo le diría a los profesores que escribieron esta misiva que
justamente la denuncia del movimiento universitario trata sobre lo que
aparece ausente en tal afirmación: la Universidad no puede ser una
comunidad jerarquizada cuando sus objetivos y funciones están del lado
de un Estado que, anclado en la lógica del mercado y a través de pautas
neoliberales, necesita acabar con el criterio de lo público en las
instituciones de Educación Superior. Cuando una universidad está
jerarquizada –y cuando esta afirmación sirve de argumento para la
reelección de un rector ilegítimo y para la crítica a las vías de hecho-
lo único que se demuestra es que no existe ni la apertura ni las
condiciones para la participación de los colectivos universitarios
críticos en la idea de una universidad transformadora que, dicho sea de
paso, piensa la relación urgente entre Colombia y Dignidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario