viernes, 18 de enero de 2013

Paula y Magaly: Flores de Primavera. Crónica de lucha estudiantil en Colombia



El 10 de Febrero del año 2013, se cumplirán 8 años de aquella histórica mañana en que nuevamente se juntarían y amasijarían las luchas y resistencias de los diversos sectores populares en contra de la profundización del modelo neoliberal.

Para el 10 del segundo mes de ese año 2005, las centrales obreras y sindicales del país habían convocado a nivel nacional una jornada de protesta en contra del TLC. Tal como se esperaba el pueblo respondió al llamado y se movilizó en toda Colombia. Los sectores estudiantiles veníamos de arduas y ejemplificantes luchas en contra del ALCA y otras aberrantes propuestas de profundización de la dependencia económica y entrega de la soberanía nacional; habíamos vivido en los meses previos gigantescas jornadas de movilización en favor de la defensa de la educación pública y contra la militarización de la universidad y la sociedad colombiana en general; además, nos encontrábamos en una lucha continua y permanente contra el discurso que desde la presidencia, mentirosamente se esforzaba en presentar la confrontación militar, en su llamada 'lucha contra el terrorismo', como la tabla de salvación a los graves e históricos problemas en Colombia.

Nosotros habíamos vivido en carne propia el terrorismo de Estado que representaba ese discurso, y aún permanecían frescas en la memoria de la juventud rebelde paisa, las imágenes de la Operación Orión, en la que presenciamos con estupor y rabia, los helicópteros de las fuerzas militares de la oligarquía ametrallando barrios y comunas enteras. La jornada del 10-F prometía combatividad y beligerancia.

Los sectores estudiantiles y populares de Colombia amamos la paz y clamamos por ella, pero también estamos preparados para la pelea. Y como conocemos suficientemente y a través de la historia que para los sectores dominantes la violencia y el terrorismo son la primera opción, prepararse para la pelea y el combate contra el régimen en Colombia no es una elección de los sectores desposeídos, sino una urgencia y necesidad. Así lo asumimos, responsable y dignamente quienes anhelamos cambios profundos en nuestra patria.

Por eso, la pelea estaba preparada ese día; para nosotros sí como una última opción, después de que nos viéramos agredidos por las fuerzas oficiales como siempre ocurría. Pero de todas formas preparada y planificada. Es la experiencia acumulada de las luchas históricas del pueblo colombiano. La mañana estaba fría y agitada.

El piso aún permanecía mojado de lluvia de la noche anterior y formaba una especia de rocío con el sol que apenas asomaba tímido entre las nubes. Ya habían pasado las 11 de la mañana, yo fumaba un cigarro en la cancha de la Universidad de Antioquia mientras las esperaba… El ESMAD había pasado claramente del control a la represión y la pelea era inminente. Por azarosas cuestiones del destino me correspondió ese día, para aportarle a la construcción de una Colombia con justicia social, estar al lado de ellas en mi modesto lugar de lucha.

Paula y Magaly llegaron como siempre con una amplia sonrisa en sus rostros. Ambas eran estudiantes de la universidad nacional, de ciencia política e ingeniería respectivamente. Tenían entre los 19 y 20 años, jóvenes con mucha esperanza de cambiar el país e infinitas fuerzas y deseos por construir proyectos colectivos. Provenían de la clase media, pero habían tenido la posibilidad de conocer las injusticias que reinan en nuestro país, y desde ese momento, decididas a luchar por la superación de las causas que generan la miseria y la exclusión, habían abrazado fervorosamente la defensa de los intereses populares.
Paula era extrovertida y sagaz. Maga era seria, inteligentísima, un verdadero genio. Aunque parecía haber una diferencia enorme entre las dos por sus formas de ser, como bien lo evidenciaban sus tendencias académicas, esto era apenas una apariencia pues las unía indudablemente el amor al pueblo desposeído, la conciencia social, la esperanza de una Colombia Nueva, y por eso, no habían dudado ni un momento en acudir ese día al llamado de la movilización y la lucha popular.

Apenas nos encontramos nos fundimos en un gran abrazo, y hasta hicimos chistes y nos reímos, porque la alegría de sus rebeldías era así, irreverente, renovadora, enérgica… A los tres nos correspondía estar en el Pasillo del Bloque 1 de la Universidad, cercano a la entrada donde se realizaba la protesta, y como queda en el extremo opuesto de donde nos encontrábamos, nos apresuramos para llegar al sitio y tomar nuestros puestos en la pelea. Las indicaciones habían sido completamente claras: debíamos permanecer los tres juntos hasta el final.

La pelea había comenzado. Gente corría para aquí y para allá. Iban y volvían. Algunos corrían con carretas llenas de piedras para repartir entre la gente. Otros pasaban por las tiendas recogiendo botellas y cuanta cosa pudiera tirarse a la policía. Del edificio administrativo salían los funcionarios corriendo despavoridos al ver a las masas populares en tan “bochornoso escándalo”. Profesores que aún se encontraban en las aulas invitaban a sus alumnos a sumarse a la defensa de sus derechos.

Cientos de almas gritaban, unidas en la rabia cuando la policía intentaba meterse a la universidad; y lloraban de felicidad cuando el ímpetu de otros cientos que los acompañaban en su lucha hacían replegar por la fuerza creadora del pueblo a los verdugos que intentaban convertir el alma mater en campo de sangre. Otros corrían para traer leche al compañero que encorvado yacía en el piso asfixiado por los gases lacrimógenos que inundaban la plazoleta central y sus adyacencias.

Paula me decía: “Mire compañero lo bonita que es la lucha, mire la alegría con la que pelean”, y nosotros tres, las dos flores de primavera y yo, ahí en el lugar que nos correspondía estar del Bloque 1, saltábamos, gritábamos, reíamos, llorábamos, nos abrazábamos, y moríamos al compás de nuestro pueblo que también lo hacía… A las 12:10, después de casi una hora de pelea, una fuerte explosión, mayor que todas las que se habían escuchado con anterioridad, sacudió la universidad.

Yo la verdad, no pude escuchar nada. Sentí un fogonazo y ambos tímpanos se perforaron inmediatamente con la onda expansiva, por lo cual comencé a escuchar un pitido perpetuo en mi cabeza. Desde el momento en que vi la chispa inicial a mi izquierda, sentía como si a mi cuerpo lo invadiera una fuerte descarga eléctrica que no me dejaba reaccionar. Sabía perfectamente lo que estaba pasando y nunca perdí la conciencia. (Solo la perdí en el momento en el que el médico en el Hospital Universitario gritó: “Morfinaaaa”). Cuando pude finalmente moverme me encontraba como a unos 5 metros de mi posición inicial. Me paré y me miré.

Toda mi ropa se había quemado y estaba en ropa interior. Algún pedazo del jean que aún quedaba se confundía con la piel chamuscada de mi muslo derecho. El pitido en mis oídos era desesperante y solo veía sombras corriendo, como en cámara lenta. Aún tenía partes de la camisa prendidas. Me las arranqué y cuando me miré las manos, me di cuenta que las tenía casi totalmente en carne viva y la piel quemada colgando alrededor. Todo era gris y olía a pólvora. Cuando el humo se fue las ví ahí, tiradas. Corrí hacia ellas, les hablé y pude ver que estaban vivas. Las vi muy mal. Comenzó a llegar gente para montarlas en camillas, y apenas las montaron yo arranqué a correr por mis propios medios para la enfermería.

Los heridos comenzaron a llegar a la enfermería para ser atendidos y posteriormente remitidos en grupos para el Hospital Universitario, donde ya estaba la policía esperándolos. Nadie olvidará a los estudiantes heridos y quemados saliendo de la enfermería de la UdeA con los puños en alto, significando que nada había acabado, que esto apenas estaba por comenzar.

Ocho días después me enteré de su muerte por televisión. Habíamos sido separados de habitaciones dos días antes. Ambas murieron el mismo día. Nadie quería decírmelo, pero mientras me encontraba postrado en una cama recuperándome de mis graves quemaduras, me encontré con la noticia el día 18 de febrero en la emisión del mediodía del noticiero. Lloré dentro de mi máscara de momia que me cubría las heridas del rostro.

Hoy las recuerdo y les rindo un sentido homenaje, a Paula Andrea Ospina y Magaly Betancur, las flores de primavera, luchadoras incansables por los cambios sociales, amorosas e incondicionales heroínas estudiantiles del pueblo. Por situaciones como las vividas por ellas y otros miles de hombres y mujeres luchadores populares, por causa de ese terrorismo de Estado aplicado sistemática y frívolamente, es que hoy empuñamos con decisión y arrojo las armas en contra del régimen que ha segado la vida de miles de jóvenes colombianos que claman por la justicia social. Junto con ellas recordamos a compañeros como Gustavo Marulanda y Martín Hernández Gaviria asesinados por los paramilitares en Medellín. Recordamos también a los Prisioneros Políticos y de Guerra, porque por ellos también es nuestra pelea. A ellas y ellos siempre las recordaremos peleando. Con ellas y ellos a construir la Nueva Colombia. Por ellas, ni un minuto de silencio, toda una vida de combate.

Domingo, 13 Enero

Por: Samuel Pardo, guerrillero del Frente 36 de las FARC-EP
En:  Resistencia

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