Foto de archivo.
Por: Javier Sota Nadal
En la década de los sesenta el Perú contaba con 9 universidades, 2 privadas y 7 públicas y 30,000 estudiantes en ambas. Hoy, 5 décadas después, las universidades son 108, privadas 70 y públicas 38. En ellas estudian 760,000 estudiantes, 60% en las privadas y 40% en las públicas. Si en 460 años contados hasta 1960 cuajamos sólo 9 universidades, a partir de ese año explotó la fertilidad: nacieron 99 universidades, crecimiento sin duda desmesurado (sin medida). Medida era lo que recomendaban los filósofos griegos para ser y hacer bien las cosas.
Si comparamos estas últimas cifras con las del resto del mundo, estamos entre los países más adelantados del planeta , pero, desgraciadamente, cantidad no hace calidad: ninguna de nuestras universidades figura entre las 500 mejores del mundo y, si el ranking se extendiera a 5000, presumo que la mayoría de las nuestras ocuparían lugares muy discretos al fondo de esta tabla consuelo, si se trata de medir pertinencia profesional y calidad académica. Da pena decirlo, pero la mayoría de ellas tiene de universidad solo el nombre, otorgado al paso en los bautisterios del Congreso y CONAFU.
¿Por qué ha engordado tanto la oferta universitaria peruana? Considero que ha sido por permeabilidad de las normas existentes. Por cierto que es legítimo y necesario, qué duda cabe, que los pueblos y regiones del país hayan reclamado para sus hijos nuevas universidades en sus localidades, cansadas del centralismo universitario de ciudades como Lima, Cusco, Arequipa, Ayacucho, Trujillo. Gracias a ello, existen ahora, por lo menos una universidad pública y varias privadas en cada una de las capitales departamentales. Pero, de otro lado, es ilegítimo que se haya y se siga sembrando al boleo universidades en los mismos campos en los cuales recientemente se ha sembrado dicha actividad, en especial en contextos en los que los nutrientes académicos escasean.
Es dentro de esta lógica que debemos explicar los sucesos de Huancavelica: una comunidad universitaria famélica existente ha rechazado – principio biológico- el nacimiento de otra.
¿Qué hacer frente a esta situación de desmesura? Opino que discutir y aprobar una nueva ley universitaria. Felizmente existen varios proyectos en el Congreso. Propongo que sea una ley de promoción de la actividad universitaria, que persiga la calidad académica en la multitud. Su máximo organismo debería ser un Consejo Nacional de Educación Superior que apoye con recursos económicos la investigación y el posgrado, democratice aún más la elección de las autoridades en las públicas y regule la actividad de las privadas.
Mientras tanto, el Congreso que se instala podría en su primera legislatura discutir una norma transitoria que establezca una moratoria en la creación de nuevas universidades, lapso en el que, los peruanos nos dedicaríamos a mejorar la calidad académica de las universidades existentes.
Fuente: ARGENPRESS
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