domingo, 18 de septiembre de 2011

Luditas y Esquiroles: A propósito de la huelga general

Por: Carlos Enrique Restrepo 
Profesor Instituto de Filosofía 
Universidad de Antioquia 

A mi amigo Ernesto Hernández 

Traer a la memoria viejas palabras equivale a recobrar las lecciones históricas. Luditas y esquiroles son dos de esas palabras, caídas desde hace mucho tiempo en desuso, y seguramente desconocidas para los más jóvenes. Ambas mencionan experiencias decisivas de las luchas proletarias, y específicamente, las relativas a la práctica de la huelga. Se trata de posiciones extremas en las que las relaciones obrero-patronales se muestran de modo fehaciente como relaciones de resistencia y de dominación, cuya comprensión involucra toda una concepción del trabajo que rebasa incluso el marco explicativo de la “lucha de clases”. 

Los luditas aparecieron en Inglaterra a comienzos del siglo XIX, en plena Revolución Industrial, como un movimiento orientado a un único objetivo: la destrucción de las máquinas. El movimiento, formado alrededor de la mítica figura de su líder Ned Ludd, practicó desde su origen la destrucción de telares, la quema de trilladoras y de otras industrias, suscitando así violentas revueltas que se extendieron a otros países de Europa y que, en el caso de Inglaterra, fueron contenidas a fuerza de ejecuciones masivas y ejemplarizantes de sus partidarios. No se conoce que el “ideario ludita” obedeciera a fundamentos teóricos producto del análisis de la economía. El movimiento surgió más bien como una reacción ante los evidentes efectos de la industrialización (el desempleo, la sustitución del hombre por la máquina, la automatización, etc.), con la certeza inmediata y cuasi-apocalíptica de ver en la tecnología el riesgo de profundas devastaciones sociales que arrastrarían consigo irrefrenables procesos de deshumanización. El ludismo por tanto parece advertir, por encima de las mismas máquinas, un enemigo todavía más terrible: el maquinismo, la maquinización. Las máquinas habrían sido sólo el inicio de todo un proceso (in)humano de subjetivación, el inicio de un “devenir-maquínico” que desplazó el fundamento mismo de la comunidad de los hombres, expuestos ahora a la condición de autómatas o engranajes, y a formas de vida programadas por esa megamáquina de ingeniería social que se prefiguraba en la doble articulación de economía y política: el inconfundible Leviatán (machina machinarum), la “fábrica de la soberanía” que es el Estado. 

Los esquiroles, por su parte, surgieron en España, casi como una antítesis de los luditas ingleses, y respecto a éstos, casi cien años después. La historia es simple. El Esquirol era el nombre con el que se conocía una población de Cataluña cuyos habitantes se aprestaron a sustituir a los trabajadores huelguistas de la vecina población de Manlleu. Tras este hecho, el nombre cobró carta de ciudadanía para designar en lo sucesivo a los “vende-paros” y “rompe-huelgas”, a quienes trabajaban a pesar de la declaratoria de huelga, a quienes —trabajando— traicionaban los intereses generales de los “proles”, movidos ya sea por la necesidad extrema del empleo o por el beneficio personal de un incentivo, de unos pesos de más. La astucia de las patronales fue la que formó a los esquiroles al inventar nuevas formas de contratación. Allí donde haya “trabajo a contrato”, “trabajo a jornal”, “trabajo por horas”, “trabajo por producto” o “por proyectos” habrá siempre esquiroles dispuestos a echar al traste las causas colectivas, hombres reducidos a la condición de autómatas, a la función de máquinas productivas: ya no una resistencia incondicional como la de los luditas, sino una condición de servidumbre humana a la que se ven reducidas las fuerzas sociales bajo las estrategias degradantes y disociadoras del capital. 

Hoy día sigue habiendo luditas, pero también esquiroles. Seguirá habiendo luditas allí donde otro tipo de máquinas (burocráticas, militares, económicas, políticas) sigan urdiendo sus terribles empresas; seguirá habiendo esquiroles en las formas cada vez más generalizadas del empleo precario, del “trabajo a contrato”, que insertan en el campo social el principio de la competencia, rompiendo con ello toda posibilidad de asociación. Las lecciones históricas son claras en demostrar que, al contravenir el interés general, los esquiroles son quienes de hecho han favorecido la precarización del trabajo y el empoderamiento de los “señores y dueños”. En cuanto a los luditas, su vigencia se refrenda allí donde subsiste un neoludismo que presagia un automatismo más avasallante en las actuales sociedades comandadas por máquinas informáticas, bajo las modalidades del “trabajo inmaterial” y del teletrabajo. 

Las figuras casi arquetípicas de luditas y esquiroles nos sirven para pensar las tensiones y desacuerdos por los que pasan las prácticas huelguistas en la actualidad. Ir a la huelga no es un asunto de consenso: la huelga es ya disenso, se la decreta, y su enunciado transforma las instituciones en un campo abierto de confrontación y de alteridad, campo en el que se despliegan afectos, síntesis afirmativas de deseo, solidaridades y fugas que rompen la austera cotidianidad de la fábrica, del hospital, de las penitenciarías, de las universidades. La huelga altera el tic-tac de los relojes liberando al tiempo de su métrica sujeción y al espacio de su rígida segmentación. Los neoluditas o huelguistas cabalgan esa línea exódica con su doble riesgo de incertidumbre entre creación (con su componente de triunfo) y abolición (con su componente de derrota); se ponen del lado del deseo, liberando una buena cantidad de fuerza viva de sus amarras y condiciones. El neoesquirol, en cambio, incapaz de renunciar a “su” interés, vive como muerto, se limita a pasar exangüe su mortificada existencia, y no le queda otra cosa que hacer resonar el régimen de sometimiento que por un instante vio estallar en la alegre afirmación solidaria de la huelga. La alternativa es clara, en la medida en que la historia de las prácticas huelguistas nos deja ver las lecciones de estas posiciones extremas: la una clama por formas de vida que se autoafirman en un principio de resistencia; la otra nos precipita a la más indignante servidumbre. 

Bibliografía 

FERRER, Christian. Cabezas de tormenta. Ensayos sobre lo ingobernable. Buenos Aires: Anarrés, Col.“Utopía Libertaria”, 2005. Disponible para descarga en: http://www.orgulloybizarria.com.ar/2008/11/historia-de-un-fantasma.html

DE LA FUENTE LÓPEZ, Patricia. “Los luditas y la tecnología: Lecciones del pasado para las sociedades del presente”. Comunicación presentada en las “IX Jornadas sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad: La perspectiva Filosófica”, Ferrol: 2004, versión electrónica. Disponible en: http://aafi.filosofia.net/publicaciones/el_buho/elbuho2/buho2/luditas.htm

SOREL, Georges. “La huelga proletaria” y “La huelga general política”. En: Reflexiones sobre la violencia. Madrid: Alianza Editorial, 2005, pp. 172-238. 

Discografía 

Rage against the machine (1992-2000).



Prensa Universidad
Desde las aulas, hacia Colombia.

1 comentario:

  1. Lo que el autor no tiene en cuenta es el contexto histórico en el que nace el ludismo. Este surge en un momento en el cual la clase obrera es aún incipiente Inglaterra y no se ha separado por completo de su pasado como artesanos o campesinos, es decir, es un fruto de la desintegración de clases sociales del pasado. En ese sentido, la ilusión de que "destruir las máquinas" mejorará las condiciones en las que viven es tan solo una reacción romántica y conservadora, pues su objetivo es revivir condiciones sociales que ya han sido arrasadas por el devenir de la historia. Así, el autor parece olvidar algo que la clase obrera aprendió en las luchas de los siglos XIX y XX: el problema no son las máquinas, sino las relaciones sociales que los hombres construyen. En este sentido, el ludismo, si bien muestra un aspecto de la resistencia histórica de los oprimidos, no es una creación en la cual los deseos se liberan desatando una enorme cantidad de fuerza viva para la construcción de una nueva realidad, sino que, reitero, son una reacción conservadora ante las nuevas realidades que trajo el capitalismo en medio de las transformaciones de la Europa de los siglos XVIII y XIX.
    Por otro lado, detrás de la retórica del artículo, parece esconderse un sospechoso maniqueísmo en el cual se absolutizan las condiciones: se es un ludista (representante de la resistencia y luchador implacable contra la opresión y la deshumanización) o se es un esquirol (un esclavo siempre servil y egoísta cuya única preocupación es su propio beneficio), sin ver zonas grises entre ambos polos.
    Es decir se está a favor de la huelga y se es un humanista comprometido, o se está en contra de la huelga y se es un servil egoísta, olvidando que la huelga misma está en un contexto y debe CONSTRUIRSE según las condiciones de ese contexto.

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