“De momento, quisiera tan sólo entender cómo pueden tantos hombres, tantos pueblos, tantas ciudades, tantas naciones soportar a veces un solo tirano, que no dispone de más poder que el que se le otorga…”
Étienne de la Boétie,
El discurso de la servidumbre voluntaria
En Colombia existen crímenes de Estado más atroces. Pero jamás un estudiante había sido asesinado con tanta premeditación –tantos explosivos– que sobrepasa mis visiones del horror para reprimir un paro estudiantil. La sangre derramada fue tan calculada en cada tramo de la calle, que mis amigas aún llevan tatuada la amargura en la retina, y el dolor en cada sílaba que emiten al teléfono.
Matar y reprimir son elementos característicos del terrorismo de Estado. Aunque no los únicos. La estigmatización también juega un papel determinante. El atentado en contra de la marcha del 12 de octubre en la ciudad de Cali conjuga todo lo anterior. Porque no les bastó con asesinar a un líder estudiantil, a Jan Farid, además convirtieron a la víctima en victimario. Y los medios de comunicación del capitalismo acudieron al festín. Al poco tiempo el joven de 19 años era “un terrorista que murió en su ley”. No tenían otra opción. Necesitaban desacreditar la lucha de los estudiantes, y distraer a la opinión pública mientras en el Congreso de Washington se aprobaba el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Colombia. Quizá por esta razón el proyecto de Nueva Ley de Educación Superior fue radicado en octubre y no en diciembre (cuando los estudiantes estuvieran en vacaciones).
¡Cómo odio a los malditos¡ Quieren que creamos que Jan Farid fabricó un artefacto explosivo para asesinar en masa, un artefacto que dejó varios heridos con múltiples esquirlas en sus cuerpos. Quieren que creamos que los explosivos iban colgados a su espalda, cuando la explosión la recibió al lado derecho en la parte baja del abdomen (no en la espalda). ¡Y son más malditos todavía! Ahora pretenden decir que los explosivos (tan peligrosos) los llevaba en los bolsillos (o que misteriosamente el morral salió de su espalda mientras corría, cayó, giró, saltó y explotó frente a su vientre). Quieren que lo creamos porque se tomaron todas las molestias para fabricar un artefacto similar a una “papa bomba”, pero con resultados similares a los de una granada que lanzó al joven casi dos metros de donde fue arrojado o detonado el artefacto.
Jan Farid Cheng Lugo sabía por qué marchaba. Padecía las injusticias de un gobierno que privatiza la educación pública y convierte su acceso en una lotería. ¡Claro que lo sabía! Las consecuencias eran visibles. Estudiaba medicina en una institución privada, la Universidad Santiago de Cali, donde afrontaba problemas para matricular el cuarto semestre. Su condición era conocida en la universidad porque nunca dejó de asistir a clases ni abandonó el movimiento estudiantil. Sin embargo para las directivas no fue suficiente saberlo. En una institución privada el lucro está por encima del compromiso de estudiar. Y reconocerlo como estudiante hubiese sido oponerse al mercado neoliberal. Bajo esta lógica actuaron las directivas, no la humanista, sino la del mercado de las matrículas: ante cámaras y micrófonos negaron a Jan Farid como parte de la comunidad universitaria.
Por fortuna las universidades viven gracias a los estudiantes, y son ellos quienes cambian su destino. Sus compañeros y compañeras hoy exigen a las directivas respeto para Jan Farid Cheng Lugo, que reconozcan públicamente a Jan Farid como un estudiante de la Universidad Santiago de Cali que murió defendiendo la Educación Pública de su pueblo. Y en su memoria, resisten a los agentes infiltrados del gobierno, y responden con esta bella consigna:
“!Por nuestros muertos, ni un minuto de silencio,
toda una vida de lucha y de combate¡”
Desde las calles del suroccidente colombiano,
15 de octubre de 2011
Por: Alexander Escobar
No hay comentarios:
Publicar un comentario