martes, 17 de enero de 2012

Los periodistas y los estudiantes colombianos.


Por: Alejandro V. Castilla.

Al evaluar el desempeño de los voceros estudiantiles ante los medios de comunicación debemos ser cuidadosos. No podemos ser injustos y calificar sus actitudes, muchas veces erráticas, como un total fracaso, pero tampoco nos podemos contentar y soslayar las equivocaciones y responsabilidades que de ellas se derivan. Es imprescindible señalar el asunto de la responsabilidad de los voceros por sus errores, porque al fin y al cabo no se están representando ellos mismos, sino a todos los estudiantes que los eligieron.


Si se han cometido equivocaciones en el manejo de la relación entre los voceros y los periodistas es porque no se ha diseñado una política desde el estudiantado para orientar la acción en el ámbito informativo. Esta política debe ser sencilla y de fácil aplicación, debe garantizar que en todo encuentro entre los medios y los estudiantes, estos últimos salgan victoriosos.

Primero, no se debe olvidar que cualquier entrevista con los medios del régimen es un espacio de confrontación (si queremos llamarla “simbólica”). Los intereses de esos funcionarios pagados para adular el poder, la mayor parte de las veces, son contradictorios con los de los estudiantes quienes encarnamos la búsqueda de la libertad de opinión y la apertura política del sistema. Lo anterior no quiere decir que las entrevistas no se tengan que llevar en un ambiente ameno y respetuoso, como debe ser, sino que, a pesar del “calor humano” que trasmita el periodista, el estudiante no puede olvidar a qué intereses ese funcionario responde.

Segundo, debemos recordar que el afán de los medios por cubrir los acontecimientos propios del movimiento estudiantil obedece a que la lucha de los estudiantes rompió los límites que tradicionalmente la asfixiaban. No es porque ellos, los periodistas, estén interesados honestamente en abrir un debate y vehiculizar las ideas de los estudiantes, es porque tienen que participar activamente en el control de los posibles daños que la pelea de los estudiantes le pueda acarrear a la imagen del régimen. 

Tercero, para controlar los daños que el movimiento estudiantil le genera al aparente unanimismo del gobierno y a su “amplia” aceptación, los funcionarios de la manipulación informativa recurren al viejo truco de la persecución ideológica. Tal como hace 500 años la Península Ibérica yacía en la decadencia cultural producida por la persecución de los falsos conversos, de los marranos, ellos –los periodistas colombianos- herederos de la tradición contra-reformista hispánica hoy siguen viendo falsos conversos en todas partes. Por eso siempre preguntan si no serán guerrilleros los estudiantes que alzan la voz. En su paranoia oligárquica, producto de su “endogamia” política, los periodistas del régimen quieren encontrar al elemento más deleznable para ellos –esto es la insurgencia- en cualquier joven que se tome la calle o la plaza pública.

Aunque, ciertamente, los voceros han sabido administrar esta horrible manía satanizadora en las entrevistas que conceden, el movimiento estudiantil debe ser firme en rechazar esa pregunta tan convencional para todo periodista colombiano. Los estudiantes deben señalar, siempre que ese tipo de preguntas surja en la conversación, cuál es el interés oculto del periodista de distorsionar la argumentación, de desviar la coherencia de la información que se trasmite, recurriendo al truco viejísimo de la estigmatización, de la anatematización del contradictor. De esta manera, no se puede olvidar que se está confrontando a unos  INQUISIDORES, en un sentido muy aproximado al religioso.

Esa pregunta que nunca falta en cualquier entrevista es una prueba de lealtad al status quo, que el periodista hace para demostrarle a sus patrones que él mismo es fiel y que la persona que entrevista cumple los estándares para ser aceptado en los medios de comunicación masivos nacionales. Al indagar frenéticamente por la posición ideológica de los estudiantes que entrevistan, los periodistas se erigen como jueces instructores que juzgan si el argumento que trasmite el entrevistado debe ser socialmente reconocido o despreciado, permitido o reprochado de antemano. Ellos ejercen la exclusión política preventiva de cualquier elemento que amenace su posición oligárquica.

Cuarto, los periodistas exaltan personalidades y desdibujan el carácter masivo del movimiento estudiantil. Esto lo logran recurriendo a la vanidad y al narcicismo del vocero estudiantil que tienen en frente. Para conseguirlo manipulan el ritmo de la entrevista, pasan de preguntas sobre temas relevantes y de interés general de la política nacional a trivialidades como los gustos personales del interlocutor. El vocero, cuando se deja enredar en el truco del cambio de ritmo, termina espetando una sarta de banalidades e idioteces, tal como le ocurrió a la chica de los ojos insípidos en la revista Cromos de diciembre del año pasado.

Para manipular el ritmo de la entrevista los periodistas, de forma instintiva, se arrogan la potestad de inyectar cierta dosis de desenfado a la conversación, esto les permite atentar contra las formas y ganar la ingenua confianza del entrevistado. Desde luego, para administrar esta tendencia tan común en ese gremio de ignorantes con poder, los estudiantes debemos intentar preservar la formalidad de la entrevista, el orden, la coherencia y debemos ser capaces de imponer el ritmo de la entrevista. Es imprescindible conservar cierta altivez y solemnidad que da ser representantes de un movimiento tan digno como el estudiantil, sin que la altivez degenere en arrogancia y la solemnidad se convierta en antipatía.

Evadir toda pregunta personal es indispensable –las preguntas sobre gustos o ideas personales son inconducentes- , toda interrogación que se dirija a exaltar directa o indirectamente la personalidad del entrevistado, mientras minimiza su carácter de representante de un estamento superior debe ser evitada, puesta en evidencia o reconducida para un propósito útil en el contexto de la entrevista.

Allí radica la buena percepción que el pueblo de Chile tiene de Camila Vallejo. Esta chica, a quien siempre le dirigen cumplidos zalameros aprovechando el hecho de que es una mujer atractiva, sabe mantener la distancia con los periodistas en el contexto de la entrevista, nunca pierde de vista que ella es la expresión de un movimiento social y no un personaje de farándula, sabe reconducir las preguntas inadecuadas, es rigurosa en su argumentación y trasmite seguridad con una personalidad aplomada y severa.

A propósito de los periodistas colombianos el epigrama de Quevedo aplica: “conciencia en mercader es como virgo en cantonera[1], que se vende sin haberle”. La entrevista no es un lecho de rosas, ni un escenario para departir gustosamente, más bien se parece a un asalto de boxeo, donde a pesar que imperan reglas se puede salir derrotado y lleno de contusiones. Si nos atenemos a las observaciones hechas podemos salir victoriosos en el espacio comunicacional.

Enero 2012.


[1] Puta

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