Foto por: Julio Medrano
Por: Manuel Restrepo Domínguez
Observatorio de derechos humanos
Ser profesor de la universidad, de entrada me lleva a ponerme del lado de ella y ella es en esencia sus estudiantes. Adicionalmente en este caso los estudiantes son las víctimas, sobre sus cuerpos recayó la más brutal violencia, esa que mutila, esa que mata, esa que deja huellas imborrables en los rostros y vacíos profundos en las entrañas, esa que genera rabia y tristeza al mismo tiempo. La Uptc está afectada, no solo sus víctimas, porque es una universidad pública, de carácter nacional, plural, laica, diversa y compleja a la que asisten 25000 estudiantes, más de mil profesores y otra cifra igual de trabajadores y empleados. La uptc está afectada en su alma mater, porque es la síntesis de la realidad social del Departamento de Boyacá, del cual sale la mayoría de sus estudiantes, profesores/as y trabajadores/as, que se constituye en la síntesis de un país en guerra, que el mismo día de los hechos resueltos de manera violenta en la universidad, daba cuenta del inicio de una huelga general de presos políticos reclamando su condición, y las fuerzas militares reportaban una nueva victoria al dar muerte a 33 insurgentes que a la vez participaron en la muerte de 11 soldados en Arauca, Departamento vecino de Boyacá y los trabajadores de la empresa Paz del Rio, emblema empresarial del departamento entraban en huelga, los camioneros amenazan con una huelga en protesta por los altos precios de los combustibles en un país rico en petróleo y minerales y el profesorado de contrato de la universidad (UPTC) que supera el numero de 600 reclamaba mejores condiciones y garantías, mientras prepara una reunión nacional, y de epílogo cinco estudiantes han resultado mutilados en sus extremidades en el tropel conmemorativo de otro estudiante asesinado en el mismo lugar hace 25 años.
Con esta perspectiva cabe destacar que lo que pasa en la Uptc, no está afuera del contexto de Colombia, un país en guerra, con un conflicto armado que supera los 45 años y un conflicto social que no da espera y todos los días levanta movilizaciones por agua potable, alimentos, vivienda, salud y educación. El conflicto armado cada día se degrada más, se repiten hechos que parecían erradicados por la humanidad. Se cuentan por miles los lisiados, por millones los desplazados y se canta victoria por los muertos. En el contexto propiamente educativo, está muy cerca el inicio de las discusiones por la educación superior, que deberá incluir en la agenda discusiones por el poder, por el presupuesto de la guerra, por la gratuidad y las autonomías. En este marco avanzan los preparativos de las discusiones y son los estudiantes los abanderados por parte de la sociedad de llevar adelante la conducción de las grandes movilizaciones sociales que se esperan, dado que el primer momento fue desfavorable al balance del gobierno que debió retirar el proyecto de reforma que legalizaba la situación de la educación como mercancía. Los estudiantes crearon la Mesa Nacional Estudiantil MANE, que conduce las discusiones en marcos de pluralidad y contra las formulas del pensamiento único que pretende imponer la voz del gobierno de la unidad nacional y algunas directivas universitarias.
En los hechos puntuales de la Uptc, la situación que culminó en hechos de guerra, inició con la conmemoración del 25 aniversario del estudiante Tomas Herrera Cantillo, ocurrida en predios de la universidad el 18 de marzo de 1985 en una protesta similar, casi en el mismo lugar físico y en una época en la que no existían en el lenguaje de la protestas las llamadas papas bomba, hoy tan de moda, en las revueltas populares y especialmente las estudiantiles. Resulta tautológico pero ilustrativo: no se puede extrapolar como única razón de los hechos violentos que las mutilaciones son causa y consecuencia del uso de estos artefactos.
Los movimientos tienen causas y los resultados lamentables, son apenas una de sus consecuencias, no desligada de los momentos de la guerra social y armada de Colombia, que por estos días se recrudece y nos lleva a llorar por los once soldados campesinos muertos, a solidarizamos con las familias de los retenidos por la insurgencia hace más de 10 años que pronto serán liberados y nos conduele la situación de más de 8000 presos que reclaman su condición de detenidos de conciencia. Todas esas partes de la realidad pasan por la universidad, y mucho más por la universidad pública, creada para ser conciencia de la nación y forjadora de libertades. En ella se refleja a veces el silencio de los jóvenes en las aulas de clase, otras la rebeldía, en todas siempre la condición de jóvenes con esperanzas que guardan el máximo respeto por la vida, pero salen a la protesta, se entusiasman, reclaman. Esos jóvenes, los que van al tropel, los que cubren sus rostros con pañuelos, no pueden ser otros que nuestros estudiantes, por los que estaban en la pedrea y resultaron mutilados en sus cuerpos, son nuestros estudiantes, tienen matricula vigente, no son extraños, no son terroristas, ni drogadictos, ni obedecen las causas de imaginarios jefes que les colocan misiones de guerra. En cambio si no pueden nuestros estudiantes, aquellos que se llenan el corazón de odios, que claman venganza y tratan de derrotar matando al adversario. No son tampoco nuestros estudiantes aquellos que mendigaban una moneda armados con un garrote o gasolina, intimidaban con su degradación a quienes no quisieron seguir su lumpenizada causa individual de vándalos e indignos, que desvirtúan y no permiten mirar la realidad.
No puede haber extraños en el tropel, adentro de una universidad pública. Lo más seguro es que en la masa estudiantil haya de todos los matices de estudiantes, hijos de campesinos, de trabajadores, de profesionales, de militares, de policías, de empresarios, también seguramente se dan cita allí los más inteligentes, los más humildes, los más indisciplinados, los indiferentes, los politizados, los ingenuos, los que son conscientes de una causa colectiva, los que recién llegaron a la universidad, los que están a punto de graduarse, los que hacen silencio, los que hablan, los que observan y denuncian, los que representan, son hombres y mujeres, todos ellos y ellas jóvenes en formación. Son en últimas nuestros hijos o al menos son como nuestros hijos de sangre, pero son también nuestros hermanos, nuestros futuros colegas, nuestros otros, los que hacen posible que la universidad exista como realidad. Algunos luchan no un día sino siempre, otros se conmueven, otros son indiferentes, todos sin embargo, sin excepción están en nuestras sesiones de clase, leen lo que les recomendamos y se presentan a evaluaciones, todos nacieron en este país al que pretenden cambiar.
Finalmente el tropel deja huellas, a veces por fortuna solamente en las paredes que rápidamente son borradas para que parezca que todo está bien, pero otras veces como en esta la protesta deja ríos de sangre, de dolor y honda tristeza colectiva por la universidad que estamos viviendo, la que prefiere no mirar y exculpar en otros inexistentes nuestras propias culpas. La Uptc es pública, es de la nación y sus estudiantes tienen el encargo de guardar su memoria y en este día que la trajeron al presente, fueron convertidos en víctimas y no se les puede seguir victimizando, tampoco estigmatizando la universidad.
Fuente: Periódico El Diario
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