En memoria de Nicolás Neira, estudiante asesinado por el ESMAD el 1 de mayo de 2005. Siete años de impunidad.
La presencia viva de la ausencia
Yuri Neira no marchará este primero de mayo en memoria de su hijo; al menos no lo hará en Bogotá porque nuevamente tuvo que salir del país acosado por las amenazas y la persecución política.
Hace siete años fue asesinado Nicolás Neira, estudiante de 15 años que marchaba junto a los trabajadores. Hace siete años, su padre, Yuri Neira, se convirtió en objetivo de la fuerza pública y de las estructuras sicariales del paramilitarismo que operan en casi todo el territorio nacional por reclamar justicia. Haber cuestionado directamente las prácticas criminales de las autoridades militares y policiales y haber señalado, con suficiente material probatorio, a varios miembros de la Policía de ser los responsables del asesinato de su hijo y de otros jóvenes en Bogotá, lo convirtieron en personaje incomodo para las autoridades.
En la marcha del 1 de mayo de 2005, su hijo Nicolás Neira, de tan sólo 15 años de edad fue asesinado a punta de golpes por miembros del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) que como suelen hacer, salieron sin distintivos, enmascarados y fuera de control, para reprimir la habitual manifestación de los trabajadores. Nicolás falleció descerebrado dos días después en un hospital. El parte médico indicó que su cráneo sufrió varias fracturas, una de ellas de 26 centímetros de largo; hecho que revela sin ambages un salvajismo injustificado, más todavía cuando se trataba de un menor desarmado y cuya afección asmática le impidió correr y salvarse de la brutal arremetida oficial.
Desde ese día, su padre emprendió una valiente batalla para lograr justicia en el nombre de su hijo y para que los asesinos fueran sancionados ejemplarmente. Los costos de su audaz decisión han sido sumamente elevados. No sólo perdió el trabajo, fue estigmatizado por sus vecinos y las persecuciones se convirtieron en una constante en la su vida. Han intentado asesinarlo en dos oportunidades, ha sido objeto de varios arrestos arbitrarios, de continuos seguimientos, amenazas, señalamientos, acoso policial y de arbitrarias incursiones o intentos de allanamiento en su sede cultural por parte de agentes de la fuerza pública. Incluso en cartas de amenaza enviadas por el grupo paramilitar las Águilas Negras”, se le ha sentenciado a muerte junto a otros defensores de derechos humanos. Ha sido señalado de ser miembro de las FARC y acusado por agentes de la policía de ser un terrorista.
Por exigir justicia Yuri tiene que vivir una verdadera pesadilla en la que se ha visto obligado a cambiar constantemente de sitio de descanso y de celular, ya no puede frecuentar amigos, debe moverse con sigilo y extremada prudencia en la ciudad, sospechar de quien camina a su lado, vigilar día y noche su negocio, y a veces debe hasta desaparecerse por breves lapsus de tiempo como si él fuera un criminal.
Hasta la fecha y pese a que la Procuraduría General de la Nación reconoció que Nicolás fue asesinado por agentes del Estado y no muerto a causa de pisadas de los marchantes cómo declararon dos oficiales en un comienzo, no se han producido avances en materia de investigación y aún no se ha identificado a los responsables. Un reportero extranjero que cubría la marcha de ese primero de mayo captó el momento preciso cuando el joven fue golpeado y ese material probatorio aunque ayudó a definir la responsabilidad del crimen, sólo sirvió para que el periodista fuera amenazado y tuviera que salir del país.
El caso Nicolás Neira ha pasado de fiscal en fiscal durante estos siete años y ninguna autoridad competente ha asumido su deber de investigar el caso, identificar y sancionar a los agentes que lo asesinaron. Contrario a ello, ha permanecido impávida mientras las autoridades policiales se ensañen contra el padre de la víctima ocasionándole no sólo serios inconvenientes para el libre desarrollo de sus actividades, sino que además lo mantienen en estado de alarma y estrés sicológico permanente.
En el 2009, luego de un arbitrario allanamiento en su sede cultural, donde según la policía se encontrarían artefactos explosivos, dos hombres armados intentaron asesinarlo. Yuri tuvo que salir al exilio.
La dura batalla de este padre se ha constituido en un valioso ejemplo para los defensores de derechos humanos y organizaciones sociales; no sólo ha logrado encausar el dolor que aún lo atormenta para desarrollar un hermoso y creativo trabajo con jóvenes de las más variadas tendencias, sino que además se ha convertido en puente de unión entre diversos sectores de la sociedad capitalina.
El pasado 8 de marzo, Yuri, junto a la madre del estudiante Oscar Salas, también asesinado por la policía mediante el uso de armas no convencionales al interior de la Universidad Nacional de Colombia, se encadenaron frente a la Fiscalía para exigir justicia. Su caso sigue sin resolverse y Yuri no estará hoy en la marcha de los trabajadores de este primero de mayo. Estigmatizado, señalado y perseguido, tuvo que abandonar el país en un segundo exilio forzado.
"En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente" Carlos Lugo
Fuente: Participación Bogotá
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