martes, 25 de septiembre de 2012

Desmontando mentiras en la Educación

Ante los fuertes recortes que está sufriendo la educación española, y una vez conocida la contrarreforma impulsada por el ministro José Ignacio Wert, a través del anteproyecto de ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, resulta necesario aclarar media docena de cuestiones.

Agustín Moreno *
  1. No es cierto que la educación sea un gasto. Lo dicen organismos internacionales como la OCDE, la UNESCO, o premios Nobel de Economía comoJames Heckman, que demuestra que por cada euro invertido por niño el rendimiento es de entre el 7% y el 10% anual a lo largo de su vida; es decir, que cada euro invertido en la educación inicial revierte en ocho dólares del producto social en las etapas posteriores, una rentabilidad mucho más elevada que la de los fondos de inversión, dice el propio Heckman irónicamente.

    Es decir, es una de las mejores inversiones que puede hacer un país desde el punto de vista económico, porque todo lo que se invierta en prevención se ahorrará posteriormente en reinserción. Además tiene resultados positivos desde el punto de vista cultural, social y político, porque ayuda a crear sociedades más cohesionadas y con una mayor calidad de la democracia.
  2. No es cierto que mejoren los resultados con menor inversión. En el colmo de la desfachatez, el ministro de Educación peor valorado en la historia de este país se atreve a decir que no hace falta gastar más en educación, que con menos recursos pueden mejorar los resultados. Cuando llevamos una desinversión de 6.000 millones de euros desde 2010 y se calcula que podemos llegar a una reducción total de 10.000 millones de euros hasta 2015, nadie que tenga un mínimo de rigor y seriedad puede afirmar que no va a aumentar el fracaso escolar y el abandono escolar temprano. El ejemplo de Finlandia está ahí: mayor inversión y mayor reconocimiento al profesorado, igual a mejores resultados. Y estos resultados son posibles porque ese país invierte en educación más de un punto porcentual del PIB que España, más otras aportaciones indirectas en forma de programas de atención a la familia y la infancia, gratuidad en material escolar y comedores, y un sistema público y gratuito en todos los niveles, incluida la educación superior.
  3. No es cierto que la educación deba ser más productiva y más competitiva. El mercado no debe ser el que oriente la educación. Es un error someter los centros educativos a la competitividad, estableciendo pruebas externas para ofrecer una clasificación de colegios según sus resultados, con el fin de que los “clientes” puedan comparar y elegir aquél que más ventajas competitivas les aporte. En este mercado competitivo las escuelas se hacen más selectivas, rechazando al alumnado que presente mayores dificultades y que pueda hacer descender sus resultados y su posición en el ranking. Se facilita la creación de guetos escolares.

    Esa concepción lleva aparejada la denominada “Nueva Gestión”, es decir, gestionar los centros públicos según las recetas de la empresa privada, mediante una mayor autonomía financiera que requiera de fuentes de financiación privadas ante la insuficiencia de la pública; la especialización de los centros para ofrecer una oferta competitiva a la clientela; la elección a dedo de los directores por la administración para “profesionalizarles”, como especialistas en gestión empresarial y sin criterios pedagógicos; y la reducción de la participación de la comunidad educativa, eliminando la capacidad de decisión de los consejos escolares en cuestiones trascendentes.

    Todo ello pone en peligro la mejora de la gestión al reducir la participación de los claustros de profesores, de las familias y del alumnado, y puede suponer un menor compromiso con la educación pública de los principales protagonistas de ésta. Por no hablar del retroceso democrático por la gestión burocratizada. O del atentado contra preceptos constitucionales como el acceso a la función pública “desde la igualdad, el mérito y la capacidad”, como demuestra el caso de la contratación ilegal y de nativos anglosajones en Madrid.
  4. No es cierto que las reválidas y una segregación temprana del alumnado mejore la calidad. Concebir la educación como una carrera de obstáculos conseguirá aumentar el fracaso y el abandono escolar, aumentará la segregación clasista y reducirá la igualdad de oportunidades para el alumnado de origen humilde, porque lo único que persigue es formar mano de obra barata para un mercado de trabajo precario y en rotación.

    Es un disparate equiparar pobreza con poca capacidad para el estudio en el alumnado que tenga una situación socioeconómica desfavorable. Elimina progresivamente la comprensividad y la igualdad de oportunidades durante la etapa obligatoria en educación. Segregar desde los 13 y 15 años, según los programas, es negar la capacidad de cambio en los jóvenes.
  5. No es cierto que los contenidos deban centrarse en “lo esencial”. Reducir el número de asignaturas y centrar la carga lectiva en unos contenidos mínimos y elementales, lo que en la terminología neoconservadora se llama “volver a lo básico”, empobrece el currículo y la educación. Es lo que Berlusconi resumió con el lema de las tres “ies”: “Inglese, Internet, Impresa” (traducido en España, este último, por “espíritu emprendedor”) y que en España supondría reducir el peso de las enseñanzas de humanidades y artísticas.

    Es una decisión clasista dedicar así el período de educación obligatoria a preparar mano de obra barata y flexible, dotada con unos conocimientos instrumentales básicos para acceder a un mercado laboral degradado.
  6. No es cierto que con los recortes aplicados y la contrarreforma prevista la escuela sea de todos y para todos. Muy al contrario: refuerzan la privatización, la segregación y el desmantelamiento de la escuela pública. No estamos ante la construcción de la escuela del futuro, sino ante la vuelta a la peor escuela del pasado. El retorno a la escuela de pobres y a la universidad para ricos del franquismo, como nos descuidemos.
Ante estos ataques a la educación como bien público, además de aumentar la inversión, hay que reivindicar un modelo inclusivo que reconozca el derecho a aprender con éxito escolar de todo el alumnado; impulsando cambios curriculares, metodológicos y organizativos para ofrecer mejores respuestas a la diversidad, con especial atención a quienes tienen más dificultades. Una escuela para aprender cooperando, como una apuesta crucial en la forma de vida democrática, no sólo como una estrategia específica para mejorar el rendimiento académico, sino como parte de una concepción vital y relacional. Una Universidad científica, crítica y autónoma. En resumen, una escuela de todos para una sociedad de todos, más justa y más democrática.
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(*) Agustín Moreno es profesor de Secundaria de Vallecas y representante de la Marea Verde (El artículo es la base de la intervención que hizo el pasado sábado, día 22, en nombre de este movimiento).

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