lunes, 4 de junio de 2012

Chile: lo horizontes del movimiento estudiantil

El 2011 marcará un antes y un después en la historia reciente de Chile. Lo dice todo el mundo. Pero lograr hacer de este "después" que se inicia un ciclo efectivamente distinto al "antes" que se cierra, es un desafío que está abierto. Cuán favorable será para las aspiraciones populares el Chile que al calor de las crecientes movilizaciones se empieza a forjar, sólo el desarrollo de las luchas sociales lo podrá determinar. Es algo que está en nuestras manos.

De nada sirve conformarnos con lo hecho y cruzarnos de brazos. Nuestro deber es realizar una reflexión colectiva sobre el momento que vive el país y las tareas que nosotros, como movimiento estudiantil y también como izquierda, debemos cumplir para contribuir con nuestra rebeldía a la construcción de nuevas y convergentes fuerzas sociales transformadoras, que asuman como propia la tarea de cambiar Chile.

Es fácil caer en el vicio de embriagarse con aspectos superficiales y perder de vista las relaciones de fuerza que determinan el curso general de las cosas. Ha habido muchas movilizaciones, han caído ministros, la popularidad del Presidente y los partidos continúan a la baja. Pero cuidado, sobredimensionar los efectos de nuestras acciones y menospreciar las de nuestros adversarios puede llevarnos a fallar al momento de definir las tareas pendientes. Que son muchas.

El movimiento estudiantil ha conquistado un grado de autoconciencia, organización y disposición de lucha inédito en su historia. Pero no seamos autocomplacientes. Todavía no ceden los pilares sobre los cuales los poderosos están parados. Más allá de la magnitud de las movilizaciones y el descrédito de la clase dirigente, campea una extendida desarticulación social, y en términos políticos el país todavía continúa preso de "dos derechas" que viven en otro planeta. Una oficial y otra encubierta, pero derechas al fin y al cabo.

La santa alianza del neoliberalismo chileno busca como sea presentar el extendido malestar social como síntoma de que avanzamos al desarrollo. Tras sus cómodos escritorios, nos dicen que no hay nada de qué preocuparnos, que nuestra infelicidad es demostración de lo bien que han hecho las cosas. No quieren ceder ni un centímetro en la defensa de un modelo educativo basado en el lucro y la competencia, sometido a fin de cuentas a la ley del dinero.

No pienso únicamente en los tecnócratas del Gobierno, ni en los exponentes más caricaturescos de la derecha cavernaria, tipo Cristián Labbé o Jovino Novoa. Los jerarcas de la Concertación siguen siendo más parte del problema que de la solución, pues en lugar de proponerse superar la obra del pinochetismo, en educación y otros ámbitos, plantean simplemente cómo administrarla mejor. De esa forma, sólo acentuarán la concentración de riqueza y poder en unos pocos sin resolver los problemas que aquejan a las mayorías. El mejor ejemplo fueron los arrogantes dichos de Ricardo Lagos en enero pasado. Ante la pregunta sobre cuál era su autocrítica tras el agotamiento del modelo educacional consolidado durante los gobiernos de la Concertación, el "Tigre del Sur" (como se titula su último libro sobre él mismo), contestó sin sonrojarse: "Lo primero es que yo lo puse (el tema) en marzo, antes de que los estudiantes estuvieran en la calle. ¿Estamos? ¿Y por qué tengo que hacer una autocrítica?"

Los ejemplos sobran. El punto es que siguen existiendo grandes obstáculos para hacer realidad las aspiraciones mayoritarias del país por una educación al servicio de la realización individual y colectiva de los ciudadanos, concebida por tanto como un derecho y no como un negocio. Son todavía muchos los muros por derribar y muchas las incapacidades propias que resolver. Identificarlas es tener la mitad del problema resuelto.


Superar la camisa de fuerza pinochetista

Lo primero es hacerle ver al país la real magnitud de la transformación necesaria para responder a los anhelos de una ciudadanía cada día más movilizada. En lo educacional, la demanda por una Reforma Integral, fundada en el fortalecimiento de la educación pública y una firme regulación del sector privado -ampliamente respaldada en la sociedad- no es procesable en los marcos del modelo actual. Exigen su redefinición, un cambio de paradigma. He ahí el sentido de los cambios a implementar.

Las principales fuerzas políticas y sus centros de pensamiento no han recogido ese guante, pues todavía operan bajo la idea de introducir ajustes al modelo heredado de los 80. Así, sacan su discusión del debate y contribuyen a naturalizar la política social de la dictadura, basada fundamentalmente en el principio de subsidio a la demanda y su consecuente traducción en la política pública: la focalización del gasto social.

La aplicación de este principio ha resultado nefasta, pues tiene como consecuencias directas el aumento de la segregación, el imperio de la capacidad de pago de las familias como criterio rector del acceso a una educación de calidad y el encarecimiento de la educación ante su subordinación al hambre de lucro del empresariado. Implica además negar instituciones que forjen vínculos comunes en la sociedad. Una suerte de suicidio colectivo. Una involución social.

Los argumentos utilizados para naturalizar la política social subsidiaria son francamente débiles. Que todos los países desarrollados, o en vías de, caminan en esa dirección. Falso. Es cosa de mirar nuestra región o los países más igualitarios de Europa. ¿Alguien de verdad se atreve a sostener que Finlandia o Brasil están mirando a Chile para saber qué hacer con su educación? Los mismos que lo dicen ante la opinión pública reconocen que no es así en los pasillos del Congreso o de cualquier seminario serio. Que la política universalista es muy cara. Argumento muy extendido, que en el fondo no niega la deseabilidad de esta política, sólo dice que es una cuestión de recursos. Que la focalización es deseable, porque el Estado no puede ayudar a los que "tienen más". Este es un argumento ideológico. Los verdaderamente ricos son tan pocos en Chile que financiarles la educación a sus hijos tiene bajísimo impacto. Pero además, es deseable hacerlo, para que los jóvenes de todas las clases sociales se formen en ambientes heterogéneos y puedan así forjarse vínculos comunes. Que los más ricos y sus empresas no paguen impuestos es otra cosa, he ahí el problema.

Nuestro rol, por tanto, es apuntar a cambiar la esencia del modelo, no tan sólo sus excesos. Debemos pasar del reinado autoritario del principio de subsidio al mercado al principio de universalidad garantizada por el Estado. ¿Razones? Muy simple: queremos que Chile sea un país inclusivo, más igualitario y que adopte un modelo de desarrollo integral y autosustentable, para lo cual es imprescindible liberar la producción de conocimiento del interés egoísta del mercado.


Un movimiento unitario, audaz y transformador

Pero pasar a una nueva fase en la movilización requiere que aprendamos de nuestros errores. Como certeramente lo señaló Sergio Grez, en su artículo de Le Monde Diplomatique "Chile 2012: el movimiento estudiantil en la encrucijada", debemos sortear los peligros que acechan a diestra y siniestra (2). Por un lado, la confianza ingenua en una institucionalidad que ahoga toda búsqueda por superar el legado dictatorial nos deja como vagón de cola del oportunismo del establishment y nos hace olvidar que nuestra fuerza radica en la amplitud social de nuestro movimiento y en la movilización que seamos capaces de sostener.

Y por otro, la idealización también ingenua de la acción marginal, el "culto a la violencia ciega" y la pirotecnia de minorías que se piensan capaces de suplantar la acción colectiva por actos de iluminados. Este frecuente vicio nos aísla e impide forjar vínculos sólidos con el conjunto de la sociedad.

Ambos extremos son funcionales a las estrategias de desactivación y división del movimiento que han puesto en acción los poderosos. Nuestra respuesta debe ser una sola: construir un movimiento social por la educación ni disperso ni monolítico, sino unitario. De eso se tratan nuestros esfuerzos por ampliar la Confech para transformarla, de a poco pero a paso firme, en una organización más democrática, dinámica y efectivamente representativa de todos los estudiantes universitarios de Chile, estudien donde estudien. En esto, ya hemos avanzado con la inclusión de muchas federaciones de instituciones privadas y la preparación de un Congreso Refundacional.

De eso se trata también la nueva forma de relación que queremos establecer entre estudiantes universitarios y secundarios, buscando recomponer las confianzas para actuar en unidad. No queremos imponer la agenda de los universitarios, de un determinado sector político ni los momentos o formas de movilización. Queremos respetar la autonomía de todos los espacios organizativos y avanzar a una efectiva y franca coordinación. Divididos seremos derrotados, la unidad es necesaria para tener más fuerza pero sobre todo porque si no cruza a todos los niveles educativos, no hay reforma integral posible.

Debemos también darle mayor coherencia a nuestra agenda de demandas. No queremos resolver problemas particulares, sino cambiar la educación porque queremos cambiar la sociedad. No se trata de armar un petitorio como quien escribe una lista para ir al supermercado. Nuestra agenda de demandas debe prefigurar la nueva sociedad por la cual luchamos. Una sociedad basada en la realización de las aspiraciones populares y la emancipación social, intelectual y política de las mayorías.

Proponemos y exigimos pues, una gran transformación. Basada en el principio de universalidad del derecho a la educación y en el fortalecimiento y la expansión de la educación pública en todos sus niveles. Reconociendo la democratización de todas las instituciones educativas como un paso ineludible si queremos un país de ciudadanos, soberano. Bregando por una regulación firme como política de Estado del sector privado de la educación superior, para frenar los atropellos a sus estudiantes y la subordinación de sus instituciones a intereses particulares. Y considerando la urgencia de producir conocimiento e innovación de avanzada con sentido país y vocación de desarrollo.

Estas son las convicciones que sostienen nuestro compromiso con la consigna de Educación gratuita, democrática y de calidad. No sólo no retrocederemos un paso de las banderas ondeadas el año pasado ni flaquearemos en su defensa. Nuestra elección irrenunciable es avanzar para continuar abriendo caminos que ensanchen los alcances de los cambios que la sociedad reclama. No escucharemos más sermones ni llamados al descanso. Esto recién comienza.

Por: Gabriel Boric
En Cronicón  

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