¿Cuál es el verdadero origen del adormecimiento al que se encuentra sometida la juventud? ¿Por qué los valores de las últimas generaciones se devalúan constantemente?
No es casualidad que, situándonos en cualquier época o periodo histórico, nos encontremos con personas qué piensan que la juventud se ha echado a perder. En el cine y la literatura contemporáneas se palpa un descontento general hacia unas generaciones que parecen venir vacías de serie, carentes de ética o conciencia de cualquier tipo. Siglo XVI o Siglo XXI, da la sensación de que la capacidad crítica e incluso la educación más básica de las generaciones venideras va deteriorándose, especialmente en aquellos temas relacionados con la política o la cultura.
Sin embargo, pienso que el motivo que generalmente se atribuye al origen de este problema es profundamente erróneo o al menos escasamente desarrollado, por lo que no es raro verme constantemente explicando a cualquiera de mis compañeros cual es mi visión sobre el tema. Para ello, hay que perseguir una delgada línea y empezar por el principio de todos los males.
Existen antecedentes históricos, y estos se basan en el modelo económico bajo el que se desarrollan las sociedades. Si bien el avance dialéctico de los Estados -desde el primer momento en que estos aparecen, es decir, con la ''necesidad'' de establecer una propiedad privada para reafirmar de forma falsa la identidad del hombre- ha sido claro, sus cimientos han sido siempre los mismos: el beneficio económico. En su tiempo, el esclavismo fue superado para dar paso al feudalismo, y este al capitalismo. La infraestructura económica bajo la que avanzan las sociedades, la forma en la que se producen los bienes de consumo o secundarios y se estructura la vida cotidiana, condiciona totalmente el resto de aspectos que influyen en la vida de los seres humanos: la cultura, las formas de entretenimiento, los hábitos de salud...y con ello la educación. La desigualdad social, el miedo a caer en la pobreza y la exposición constante a esta son algunos factores negativos que hacen mella en el crecimiento de las personas, tanto individual como colectivamente.
A pesar de todo, para proteger un sistema tan injusto, son necesarias muchas instituciones que forman la superestructura de esa misma infraestructura económica de la que hemos hablado antes. El Estado en sí mismo, la presencia de la Iglesia en este, el ejército, la monarquía, el parlamento, las instituciones económicas nacionales e internacionales que se dedican a controlar una inmensa parte de la economía, o los cuerpos de seguridad usados al servicio de quiénes controlan el sistema: la policía.
De esta forma, llegamos al borde del precipicio. Comúnmente, la gente suele justificar el comportamiento de los jóvenes citando toda una serie de personajes u organizaciones surgidos a raíz del problema de base: la clase política y su desarraigo con la ciudadanía, los oscuros poderes financieros, la violencia constante en televisión...Si seguimos la línea de cualquiera de estos problemas, llegamos siempre a lo mismo: la existencia de un sistema basado en el dinero y la consecución de bienes materiales. Los periódicos sirven una ración diaria de violencia, visceralidad y manipulación con el único objetivo de atraer la atención de la ciudadanía, lo que se traduce en dinero constante, y así en todos los aspectos generales con los que lidiamos en nuestro día a día.
Ese es el principal problema al que nos enfrentamos, y no otro: desde pequeños aprendemos lo que nos cae de las instituciones que estructuran nuestra forma de vivir. Si las personas que controlan estas instituciones, sean quiénes sean realmente -políticos o banqueros- no son conocidas, abiertas al público o cercanas al pueblo, este se encontrará desamparado y su desarrollo entrará en recesión. Con esto aumentará la alienación y a su vez nos veremos indefensos ante la manipulación, aspecto terriblemente favorable para esos poderes difusos. No es de extrañar que, de esta manera, sigamos llamando crisis a lo que realmente ha sido una estafa global que el ciudadano medio no se atreve a comprender -principalmente porque no se ha puesto en sus manos de forma abierta los medios para conseguirlo-, entre miles de ejemplos.
No podemos engañarnos: aquellos que realizamos un mínimo de activismo político sabemos que es complicado reunir a 5 personas en un acto público de cualquier tipo. A menudo nuestras funciones sociales se ven cohibidas por el miedo a encontrarnos solos o indefensos, por muy convencidos que estemos de una idea. Somos seres profundamente sociales, y aquello que pensamos y realizamos de forma individual tiene una influencia esencial en todo lo que concierne a la sociedad de forma colectiva.
Aunque el trato personal en casa, las experiencias vividas en la escuela o aquellos hábitos que heredamos de nuestros padres son factores importantísimos, no tienen validez: todos están influidos por esa infraestructura económica. La parte buena es que el sistema nos proporciona de forma estúpida las armas para destruirlo. La mala noticia, que sus métodos e ideología nos ha calado a todos como agua de lluvia.
Sin embargo, pienso que el motivo que generalmente se atribuye al origen de este problema es profundamente erróneo o al menos escasamente desarrollado, por lo que no es raro verme constantemente explicando a cualquiera de mis compañeros cual es mi visión sobre el tema. Para ello, hay que perseguir una delgada línea y empezar por el principio de todos los males.
Existen antecedentes históricos, y estos se basan en el modelo económico bajo el que se desarrollan las sociedades. Si bien el avance dialéctico de los Estados -desde el primer momento en que estos aparecen, es decir, con la ''necesidad'' de establecer una propiedad privada para reafirmar de forma falsa la identidad del hombre- ha sido claro, sus cimientos han sido siempre los mismos: el beneficio económico. En su tiempo, el esclavismo fue superado para dar paso al feudalismo, y este al capitalismo. La infraestructura económica bajo la que avanzan las sociedades, la forma en la que se producen los bienes de consumo o secundarios y se estructura la vida cotidiana, condiciona totalmente el resto de aspectos que influyen en la vida de los seres humanos: la cultura, las formas de entretenimiento, los hábitos de salud...y con ello la educación. La desigualdad social, el miedo a caer en la pobreza y la exposición constante a esta son algunos factores negativos que hacen mella en el crecimiento de las personas, tanto individual como colectivamente.
A pesar de todo, para proteger un sistema tan injusto, son necesarias muchas instituciones que forman la superestructura de esa misma infraestructura económica de la que hemos hablado antes. El Estado en sí mismo, la presencia de la Iglesia en este, el ejército, la monarquía, el parlamento, las instituciones económicas nacionales e internacionales que se dedican a controlar una inmensa parte de la economía, o los cuerpos de seguridad usados al servicio de quiénes controlan el sistema: la policía.
De esta forma, llegamos al borde del precipicio. Comúnmente, la gente suele justificar el comportamiento de los jóvenes citando toda una serie de personajes u organizaciones surgidos a raíz del problema de base: la clase política y su desarraigo con la ciudadanía, los oscuros poderes financieros, la violencia constante en televisión...Si seguimos la línea de cualquiera de estos problemas, llegamos siempre a lo mismo: la existencia de un sistema basado en el dinero y la consecución de bienes materiales. Los periódicos sirven una ración diaria de violencia, visceralidad y manipulación con el único objetivo de atraer la atención de la ciudadanía, lo que se traduce en dinero constante, y así en todos los aspectos generales con los que lidiamos en nuestro día a día.
Ese es el principal problema al que nos enfrentamos, y no otro: desde pequeños aprendemos lo que nos cae de las instituciones que estructuran nuestra forma de vivir. Si las personas que controlan estas instituciones, sean quiénes sean realmente -políticos o banqueros- no son conocidas, abiertas al público o cercanas al pueblo, este se encontrará desamparado y su desarrollo entrará en recesión. Con esto aumentará la alienación y a su vez nos veremos indefensos ante la manipulación, aspecto terriblemente favorable para esos poderes difusos. No es de extrañar que, de esta manera, sigamos llamando crisis a lo que realmente ha sido una estafa global que el ciudadano medio no se atreve a comprender -principalmente porque no se ha puesto en sus manos de forma abierta los medios para conseguirlo-, entre miles de ejemplos.
No podemos engañarnos: aquellos que realizamos un mínimo de activismo político sabemos que es complicado reunir a 5 personas en un acto público de cualquier tipo. A menudo nuestras funciones sociales se ven cohibidas por el miedo a encontrarnos solos o indefensos, por muy convencidos que estemos de una idea. Somos seres profundamente sociales, y aquello que pensamos y realizamos de forma individual tiene una influencia esencial en todo lo que concierne a la sociedad de forma colectiva.
Aunque el trato personal en casa, las experiencias vividas en la escuela o aquellos hábitos que heredamos de nuestros padres son factores importantísimos, no tienen validez: todos están influidos por esa infraestructura económica. La parte buena es que el sistema nos proporciona de forma estúpida las armas para destruirlo. La mala noticia, que sus métodos e ideología nos ha calado a todos como agua de lluvia.
Por: Eloy García
En: Viejo Soldado
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