La universidad vuelve a estar en la primera plana de todos los medios nacionales e incluso internacionales a raíz del movimiento de protesta nacional coordinado y masivo que se enfrenta a las políticas de aplanadora del gobierno colombiano, o para decirlo mejor, de las corporaciones y monopolios extranjeros para las cuales el ejecutivo es un matón de oficio.
Como siempre sucede en estos menesteres, todos los voceros de la democracia han salido a clamar en radio, prensa y televisión vías “civilizadas” y regreso a las clases argumentando que las protestas y la normalidad académica no se contraponen. Mienten y saben que mienten.
Volver a clases sería rendirnos ante el asesino de los falsos positivos y aceptar una “normalidad” que ya nos ha costado bastante: los medios nunca mencionan que la “normalidad” académica le cuesta al país una tasa de deserción estudiantil cercana al 50% por matrículas y créditos que son impagables para la mayoría de estudiantes pobres, ya que la privatización no es una amenaza futura sino una promesa cumplida a medias o más que a medias en muchas universidades y programas académicos; la “normalidad” de todos los días tiene al borde de la ruina a varias instituciones regionales como la Universidad de Caldas o la Pedagógica y Tecnológica de Colombia, ya llevó antes a la quiebra a la Universidad del Atlántico, porque lo “normal” es que los dineros se pierdan, se congelen o se condicionen a políticas irracionales inventadas por delincuentes de talla mundial como Milton Friedman.
Esa “normalidad” de todos los días era la que amenazaba representantes estudiantiles cobrando la vida de muchachos aquí o allá. Para la prensa no se salía de la “normalidad” el asesinato de Jhonny Silva o Katherine Soto, o las persecuciones del DAS contra las organizaciones estudiantiles. Así pues, ya que eso es lo “normal” lo justo es que seamos anormales teniendo que recurrir a medidas de presión para que al menos el país se acuerde que su educación superior está en quiebra, porque en una señal de hipocresía que asombra, los medios de comunicación y los rectores nunca aceptan que la única forma de visibilizar el problema es a través de paros. Por lo menos, ellos jamás hacen portadas y primeras planas del problema durante los tiempos “normales”.
Hay que decirlo con todas las letras: el movimiento universitario no había sido ni tan masivo, ni tan cívico y pacífico, ni tan incluyente, como lo ha sido en los últimos meses. El Estado no tiene argumentos de ningún tipo, así que recurre a artículos y noticias infantiles, sensacionalistas, entrevistando vendedores ambulantes sin poder vender sus productos por causa de las marchas o a inocentes madres de familia que administran restaurantes y residencias universitarias sin clientes. Pero los culpables de la miseria, el subempleo y la informalidad en Colombia no somos los estudiantes, así que a buscar responsabilidades por otro lado.
Todo este jaleo, toda este afán del régimen por desacreditar la protesta universitaria, por volver a su “normalidad” de siempre y por evadir un tema en el cual es evidente la estafa; pero sobre todo esa prisa de los mandos policiales y de los ministritos y de los congresistas y los arrodillados opinadores de los periódicos por buscar explosivos, nexos con el terrorismo, morbo, sangre, violencia, todo ese afán por dejar a un lado las ideas del movimiento para vulgarizarlo con títulares amarillistas de encapuchados y disturbios, traen a colación una vieja frase de Sun Tzu en El Libro de la Guerra: “No hagas lo que más deseas hacer, haz lo que tu enemigo menos desea que hagas”.
Y el enemigo desea, reza e implora que volvamos a clase. El enemigo quiere con todas sus fuerzas que nos rompamos la cara contra sus policías para luego decir que somos aliados del terrorismo, vándalos, revoltosos sin ideas que es necesario aplastar con todo el peso de la ley. El enemigo necesita pretextos y excusas, motivos para derrochar violencia. Quiere que seamos nosotros los que se los demos.
Por eso la estrategia política adoptada por el movimiento es la más brillante e inteligente que pueda concebirse: la movilización y la denuncia masiva esquivando las provocaciones de las fuerzas del orden, evitando los enfrentamientos directos, pero sin permitir la “normalidad” porque este es el único medio de presión. Ahora o nunca. Es la última oportunidad que se nos ofrece de cambiar el rumbo del país en un campo decisivo. Tal vez sea la oportunidad para empezar a torpedear otros planes de las multinacionales y el gran capital que implican sectores distintos a la educación con las mismas recetas.
Por eso es que al referirme a la movilización política y al distanciamiento de la violencia como estrategia más poderosa e inteligente en estos tiempos de putrefacción mediática, hago eco de las palabras del líder revolucionario vasco Arnaldo Otegi: ¡que nadie abandone este camino, porque vamos a ganar!.
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