Por: Alejandro V. Castilla.
Foto de Archivo
El incesante cambio generacional que naturalmente experimenta la universidad hace que ciertos fenómenos pasen inadvertidos, pues nadie tiene la suficiente perspectiva histórica para resaltarlos. Tal es el hecho del despoblamiento del campus de la Universidad Nacional durante la última década.
Cuando hablo de despoblamiento no me refiero a la inexistencia de habitantes en sentido estricto, sino a la pérdida gradual de quienes son los habitantes más característicos del campus (los estudiantes) y del derrumbe de la experiencia específica que tienen estos habitantes del entorno ideado para ellos (el campus).
Existe un paralelismo poco evidente entre el despoblamiento de los campos a través del terror –con el objetivo de quitarle el agua al pez, en los términos militares-, como sucedió en el transcurso de la última década en Colombia, y el desmoronamiento de la experiencia del campus universitario para la denominada “comunidad universitaria”. A pesar de ser inadvertido, el paralelismo señalado no es accidental, ambos fenómenos implican el desarraigo y la destrucción de la experiencia de la realidad, luego se opera una trasplantación de los individuos a un nuevo contexto donde estos no se reconocen y experimentan una nueva adaptación por medio de numerosos métodos represivos.
El cambio generacional propio del ámbito universitario ha hecho que el desarraigo de los habitantes “naturales” del campus revista características menos agudas que las del desplazamiento forzado, pero aún así se pueden señalar aquellas que probarían que este hecho aconteció y sigue aconteciendo: 1) El apoderamiento del campus por parte de mafias que trafican no solo con estupefacientes y víveres, sino con el espacio público; 2) La destrucción deliberada de las facultades como espacios de interacción social y política; 3) El debilitamiento institucional a través de la asfixia presupuestal; 4) La entrega de la seguridad física del campus a la mafia misma; 5) La decadencia física de la infraestructura del campus.
La primera característica señalada es la más diciente. La imagen desastrosa y deprimente de un campus donde se apiñan los mercachifles (muchos de ellos estudiantes en desgracia), traficantes de drogas en los espacios centrales (como la Plaza Che) y no marginales, el consumo masivo y desparpajado de licor y otras drogas por estudiantes e individuos ajenos a la “comunidad universitaria” a cualquier hora y en cualquier parte, el colapso mismo de la disciplina inherente a la universidad, pueden ser muestra de que cada espacio que gana la mafia y los ilegalismos son espacios que pierde la “comunidad universitaria” para el logro del propósito institucional. Esto supone que si estos espacios fueran correctamente utilizados para la finalidad de la universidad, las mafias no encontrarían lugar qué ocupar, y si lo lograran no dejarían de ser expresiones marginales dentro de un universo que afirmaría sus características positivas. Esta es una hipótesis que nos explicaría por qué el consumo de drogas dentro de la universidad pasó de los espacios marginales a los espacios centrales y representativos del campus. Se supondría entonces que en algún momento se creó un vacío asimilable a un “despoblamiento” que junto a otros factores –pauperización de los miembros de la comunidad universitaria, expansión del consumo de drogas entre sectores cada vez más jóvenes, etc.- propició una redefinición de la experiencia del campus.
Puede parecer estúpido hablar de un “despoblamiento” cuando se constata el cada vez mayor abigarramiento de los estudiantes en los espacios físicos del campus debido a las políticas equivocadas y malintencionadas de aumento de la cobertura. Tercamente quiero seguir usando el término, pues a mi parecer hubo quienes quisieron desarraigar a los estudiantes y demás miembros de la “comunidad”. Aunque “desarraigar” y “despoblar” no significan estrictamente prohibir el ingreso, sí significan redefinir la experiencia vital del campus y la Universidad.
Con la era autoritaria de Uribe rigiendo el destino del país, los estudiantes soportamos su alter ego en la administración: Marco Palacios. Desde aquella época una serie innumerable de políticas represivas se aplicaron contra estudiantes, profesores y trabajadores, incluidas aquellas que basan el control de la mente por medio del control del espacio y el cuerpo. Testimonio “vivo” de una de esas políticas son los setos que rodean ciertos edificios para evitar que los estudiantes recurrieran a los muros como medios de comunicación política (Museo de Arquitectura, Conservatorio, por ejemplo). Pero, desde luego, sabemos que el control físico se experimentó a través de métodos más perversos como las cámaras, los vigilantes reciclados del paramilitarismo, las amenazas, la impunidad, etc.
La política que peores consecuencias trajo, vista en perspectiva histórica, fue la destrucción premeditada de las facultades como espacios de interacción política. Esta política se centró en la eliminación de cafeterías y bibliotecas satélites, y en el caso de estas últimas en su concentración en mega-bibliotecas (Central y CyT). Unido todo lo anterior a la expansión de nuevas tecnologías de comunicación e información, desde correos electrónicos hasta aulas virtuales y redes sociales, el objetivo se divisa: convertir a los estudiantes en transeúntes en vez de habitantes del campus universitario.
El paso de “habitante” hacia “transeúnte” hace que la experiencia del espacio físico se transforme y que nuevos habitantes proliferen en los espacios abandonados: las ventas de piratería, drogas, chucherías, alimentos, “artesanías”…
La asfixia presupuestal y la pusilanimidad de la élite que administra la Universidad (nomenklatura, vendría a llamarla un profesor rememorando ciertas hierbas) hicieron desaparecer a los funcionarios y trabajadores estatales, a los profesores de calidad, todos ellos convertidos en animales en vía de extinción; entregó (tercerizó) la seguridad a la mafia y no pudo evitar la decadencia física de la infraestructura (edificios que se desmoronan, trochas anegadas…); los esfuerzos por maquillar la podredumbre parecen no dar resultado, los periódicos institucionales, las agencias de noticias, las páginas virtuales, todas ellas solamente resaltan “hechos positivos” de forma amena y desenfadada –con cierta seriedad, pero sin rigurosidad-, como los grandes medios que todo lo presentan con el formato de la farándula.
El campus universitario, concebido como condensador social, como espacio de interacción entre saberes, como crisol de conocimientos, ha muerto. Hace algo más de un lustro muchos nos indignamos con un informe periodístico (City Tv, si no me equivoco) que tildó a la Universidad Nacional de olla, de expendio de drogas, en esa época hubo indignación pues muchos sabíamos en la práctica que era mucho más que eso, hoy no creo que haya alguien que no sienta vergüenza al tratar de afirmar lo contrario.
Debemos aceptar que los estudiantes fuimos desplazados de la universidad, nos condenaron a trashumar como espectros por corredores agrietados y plazas desvencijadas, mientras los administradores “eficientes” y genuflexos ganaban puntos con el gobierno autoritario y los mafiosos agangrenaban el campus. No es raro que el campus nos deprima un poco a ciertas personas, que nos repela y hasta nos indigne. La trashumancia es la alienación misma de la universidad, una nueva estirpe está siendo engendrada y criada por el alma mater, ¿cómo se expresarán sus taras? Algunos –quisiera creer que no estoy solo- pensamos que la madre nutricia ya no nos nutre en absoluto.
Que artículo tan conservador y retrógrado. Pareciera que hablara de la Universidad de hace quién sabe cuántas décadas (o de una que nunca ha existido). Aquella que crearon las logias de masones como "centro de saber" quizás. Lo más importante de la Universidad Nacional es que posibilita el pluralismo y se identifica por ser un punto de confluencia de muchas visiones distintas sobre la realidad. El señor columnista abogaría por la represión, esta vez no de VISE y vigilancia, como sucede en el campus, sino de las facciones militaristas de la izquierda insurgente(mafiosa de por sí también y narcotraficante). Si es importante la Universidad es porque es un órgano crítico y multidisciplinar. El que la gente se fume un porro no significa que ya no hay universidad, significa que hay un problema grande a nivel nacional (y mundial) del que la universidad es un reflejo. Antes, debería abogarse desde la Academia por propuestas para la despenalización del consumo de drogas, no sólo en el campus, a ver si empezamos a desmontar uno de los motores de la guerra absurda de este país. Ahora, que hay que poner el dedo en la llaga sobre la desigualdad y enarbolar la lucha social desde la Academia, eso debería ser un compromiso de todxs lxs estudiantes, pero creo que no se va a lograr algo así con posiciones tan bizantinas como la del señor columnista.
ResponderEliminarDe acuerdo, como alegato el escrito es bueno. Como artículo de opinión, le sobran adjetivos y peyorativos, como el hecho de definir de mercachifles a los vendedores informales dentro del mismo campus, que seguramente sólo por un par de excepciones, en general son miembros de la comunidad universitaria a través de su rol como estudiantes... En realidad si preguntan si la Universidad Nacional hoy por hoy es una olla seguramente nuestra respuesta será un rotundo no, y no sentiremos vergüenza al afirmarlo, pese a que el uso del espacio natural sea utilizado para muchas manifestaciones, incluso tropeles, cine foros, performances, etc. Al columnista le hacen falta más razones y menos pelo, que se debió haber ya quitado al escribir las arengas...
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