Por: Cristhian Lesmes.
Maestría en Derecho Universidad Nacional.
El reciente debate electoral que concluyo el jueves anterior en la Universidad Nacional revelo algunos rasgos de sumo preocupantes acerca de la manera como los estudiantes asumen su participación de la vida política dentro de la que aún sigue siendo considerada la primera institución de educación superior del país. En primer término, es casi increíble el altísimo nivel de desconocimiento institucional que existe entre la mayor parte de los miembros de la comunidad académica. Se ignoran asuntos medulares propios de la universidad, tales como la estructuración y los contenidos curriculares de las carreras, temas centrales e inherentes a la formación, como ¿cuál es el sentido y el propósito de los créditos académicos? Ello en razón de que aun ronda el fantasma de los antiguos semestres, no se tiene más que una vaga idea de la forma como funciona administrativa y jurídicamente la institución, no se sabe cuáles son los derechos y a su vez las obligaciones que tienen los estudiantes, en fin, una inagotable serie de incertidumbres que alientan toda suerte de comentarios y lugares comunes sobre la universidad y sus miembros que resultan siendo tan falsos como perniciosos.
Pero el desconocimiento de la vida de la universidad no se circunscribe al terreno de lo meramente institucional, este se hace mucho más latente en materia del devenir político interno en el campus. El primer supuesto que pulula tanto como la mala hierba, es que el pensamiento de izquierda es hegemónico y que la aparente prevalencia del mismo no permite la emergencia de otras formas distintas de acción o expresión política, nada más absurdo y alejado de la realidad, puesto que en la Universidad Nacional ha primado por muchas décadas el triunfo rampante de los programas y las políticas propias de la derecha, de ello dan cuenta la (esa si excluyente y autárquica) hegemonía del eficientísimo ramplón, la individualidad académica y política, el acentuado comportamiento aislado y competitivo entre los estudiantes, el desaforado interés por las notas más que por el conocimiento, fenómeno que además permite ver virtualmente vacías las bibliotecas del campus en los periodos inter semestrales y agobiantemente atestadas en las épocas de parciales finales, la falta de interés por el arte y la literatura, el desprecio casi generalizado por el correcto uso del idioma y la oratoria, la tendencia casi risible por copiar de forma afanosa los modelos de comportamiento social insertos en la avalancha de series norteamericanas dedicadas a retratar caricaturas la vida escolar de ese país. Pues es precisamente el pensamiento de izquierda quien intenta cuestionar ese hegemonismo tan extendido hoy en la Universidad Nacional, quizá sea por ello que les irrite tanto a muchas personas dentro del campus.
El otro supuesto que se ha generalizado sin mayor fundamento, es que las organizaciones políticas y gremiales del amplio mosaico de la izquierda son una suerte agrupaciones todopoderosas que se enquistan en la burocracia de la universidad y controlan el presupuesto de la institución a su antojo, una sandez semejante solo puede musitarse si no se conoce la disposición orgánica y estructural de los cuerpos colegiados de la universidad, en los cuales la participación de los estudiantes es virtualmente nula, porque en los Consejos de Facultad solo se admite un representante estudiantil de 10 miembros que lo componen, (Acuerdo 11 de 2005) si se toma el dato de la Facultad de Derecho en donde hay aproximadamente 1200 estudiantes tendríamos que la desproporción y la carencia de democracia son absolutamente palmarias y ni mencionemos el caso de la facultad de Ingeniería en donde hay más de 9000 estudiantes y un solo representante por todos ellos. En semejantes circunstancias ¿será sensato y riguroso afirmar que los representantes estudiantiles son unos redomados burócratas que desangran el presupuesto de la universidad? Máxime cuando representan un insular voto contra otros ocho generalmente adversos.
En el seno del Consejo Académico la situación es peor porque allí solo existe un representante estudiantil contra 11 decanos y sus suplentes, los vicerrectores de las sedes de la universidad y el rector, en una sesión pueden ser casi 30 miembros contra un solo estudiante, la labor de este encomiable representante ¿puede ser tildada como burocrática? Aun sabiendo que el actual representante ha sido el único capaz de enfrentar al señor rector y su afán irrefrenable de hacer negocios con algunos predios del campus de Bogotá y malgastar el presupuesto en sillas suntuosas, camionetas blindadas y decoraciones costosas y de mal gusto. Si esto no fuera poco, la situación se torna más grave aún porque en el Consejo Superior Universitario máximo órgano de decisión de la universidad, solo existe un insular representante estudiantil en una institución que tiene según la propia rectoría casi 40.000 alumnos matriculados. Pero las generalidades continúan porque se ha vuelto reiterativo el apelativo que se cierne sobre la Facultad de Derecho, como una facultad de Izquierda militante en donde los postulados de índole distinta son censurados y condenados al ostracismo. Todo ello no pasa de ser una suposición tan vacua como irritante, la muestra de que aseveraciones como esa son una entera falsedad es el triunfo de una plancha que centra su ideario sobre postulados disimiles de los de los elementos programáticos propios de la izquierda, situación que a mi juicio es enteramente valida y rescatable en el ambiente democrático y civil que creo debe predominar en la Universidad y muy especialmente en la Facultad de Derecho.
Muy por el contrario de lo que cree la gente desinformada, yo siempre he sostenido que la Universidad Nacional es una universidad mayoritariamente de derecha, que una parte sustancial de sus miembros son una masa amorfa carente de crítica y prevalidos de la manida tesis del “sálvese quien pueda”, que asiste al tránsito por una carrera de pregrado enarbolando vergonzantemente el lema individualista de “estudiar para tener plata” o su derivación paternal de “estudie algo que le de mucha plata mijito(a)”, que cree sincera y religiosamente que los problemas de la institución no son con ellos, y que espera que cuanto más rápido se gradué y consiga un trabajo habrá alcanzado ese objetivo que la ideología neoliberal imperante les introduce desde su más temprana infancia. Por supuesto que es legítimo que haya personas que piensen así, la democracia está pensada para que ellos puedan hacerlo libremente, no obstante los problemas surgen cuando esta forma de asumir la vida reitero a mi juicio mayoritaria en la universidad, se enfrenta con quienes creemos y defendemos con ahínco todo lo contrario.
Lo anterior porque las críticas que estos insuflan. no se centran en los cuestionamientos a los repertorios de acción de las organizaciones de izquierda, sino en la existencia misma de ellas, en la posibilidad de defender postulados políticos y axiológicos provenientes del marxismo, del anarquismo o del liberalismo más radical. Es válido que existan críticas sobre las formas de hacer política, yo mismo cuestiono algunas de ellas por considerarlas anacrónicas y funcionales a los intereses de la administración o incluso a la reelección del actual gobierno nacional. Pero lo que está surgiendo cada vez con más fuerza es la proscripción de actuar en forma organizada amparados bajo los postulados filosóficos de la izquierda política. Las generalidades con que se suele actuar desconocen las diferencias y las distancias entre las distintas organizaciones, elemento que es parte de la riqueza y la complejidad propias de la universidad, y que son necesarias para que exista una verdadera y vibrante democracia. Pero las generalidades también atentan contra la subsistencia democrática de las múltiples opciones que existen en el amplio espectro político nacional, la opción de izquierda y sus expresiones organizativas. Solo la rigurosidad, el estudio y la superación de los lugares comunes y los propósitos políticos ocultos serán la garantía para que prevalezcan la democracia y el respeto por las diversas opciones políticas dentro del campus.
El que sí está enterado de cómo funciona la universidad atribuye a las formas colegiadas de hablar caspa el poder sobre el manejo de los recursos y las millonarias danzas de contratos oscuros, las mafias que amenazan funcionarios que controlan más allá de lo permitido y las movidas sindicales para proteger empleados ladrones.
ResponderEliminarHa que desconfiar sin misericordia en la capacidad de análisis de quienes se doctoran en facultades sin tablas de multiplicar y sin fogueo con la realidad de afuera de la malla.